martes, 7 de mayo de 2013

Unidad y Principios del Ecumenismo

 

 La unidad no es uniformidad, ni mucho menos conformidad para llegar a cumplir con los estereotipos de cualquier índole, la unidad es un llamado a identificar los puntos que se tienen en común y que no han sido impuestos, la unidad convoca a la armonía y a los espacios donde se respira una ambiente de camaradería y de que lo podríamos llamar común-unión. 

 La unidad acepta las diferencias por que las conoce, las respeta. Media entre los espacios no virtuosos de la esencia misma y del interés del hombre mismo, genera un clima organizacional agradable que permite el encuentro con el otro. La unidad es una decisión de otredad, en medio del caos individualista del ser humano, encerrado en sí por su propio egoísmo y temor a ser conocido. 

 La unidad es reconocer que somos hijos de un mismo Padre, herederos de una misma tierra y peregrinos hacia la casa de Dios Padre donde se vivirá la completa y perfecta Unidad. Unidad es reconocer lo que me hace falta para ser mejor y contribuir de ese modo a que otros también crezcan. 

La unidad es ser Uno en Cristo, como Él lo es con el Padre y el Espíritu Santo. La unidad es permanecer en Él como fuente y cima de la vida plena. Como bien se ha vivido, comprendido y anunciado, la Iglesia fundada por Cristo Jesús, es única; así como Él en la unidad del Padre y del Espíritu son uno. 

Hoy asistimos a una apertura sin medidas donde se ha comprendido la magnitud de la gracia que se sobrepone al dar paso a un encuentro entre hermanos en nombre de Jesucristo Dios y Padre de todos. Esta gracia que por la acción del Divino Espíritu actúa en las almas de los creyentes en todo lugar sin distinción de raza, credo, condición social o edad, ha convocado desde siempre y ahora con mayor fuerza a todos los bautizados para que a la medida de las posibilidades podamos recorrer los caminos que nos pueda conducir a la unidad tan anhelada y deseada por Cristo. 

 La permanencia de la gracia en medio de su pueblo (la Iglesia) se ve reflejada en la corresponsabilidad que se demuestra y se tiene en la proporción del reconocimiento y vivencia de la propuesta de Cristo en la existencia de cada ser humano y la relación que éste tiene dentro de su comunidad; este momento de encuentro vital reflejado en la vida sacramental como anticipo del Reino al cual estamos llamadas como Hijos de Dios. 

 La permanencia en esta gracias sacramental permitirá al creyente vivir en unidad y trabajar por la unicidad de la Iglesia permaneciendo como apóstol y discípulo de la Buena Nueva que ha aceptado anunciar desde el bautismo y en el momento de la confirmación dar testimonio de la fe que ha heredado ante el mundo y la misma Iglesia como comunidad de hermanos. Con una mente preparada y un espíritu en apertura a la gracia de Dios y en concordancia al desarrollo de las facultades del hombre como lo son la inteligencia, la voluntad y la libertad, el hombre podrá llevar una sana (santa) en relación con aquellas personas que están a su lado y forman de una u otra manera la familia universal y que vista desde un plano superior, será la misma familia de Dios que actúa en medio de un constante peregrinar. 

 Toda relación entre los seres humanos y mucho más en el ámbito cristiano católico tendrá que generar una excelente relación con los hermanos propios en la fe y con aquellos que están separados de la Iglesia; esta razón dará pie para buscar los lazos de fraternidad y de búsqueda permanente de unidad que nutre el encuentro de la escucha, el respeto y diálogo que genere aprendizajes.

 El deseo es que lleguen en espíritu de libertad nuevamente al corazón de la Madre Iglesia todos aquellos que por diversas razones algún día partieron, junto con aquellos que nacieron en diversas comunidades de fe donde se profesa el nombre de Cristo como Señor de la Historia para llegar todos juntos como único rebaño ante Aquel que es la Verdad Plena. Este camino requiere conversión e intención de avanzar en comunión para que de este modo tanto cristianos, católicos y los no cristianos podamos avanzar como hermanos universales tras las huellas de la Luz mayor que ha iluminado este mundo.

 Es apremiante la unidad y ésta fortalecida desde la confesión de Cristo y alimentada en la profesión de fe en la Sagrada Escritura y la vida sacramental para que las transformaciones entre los propios cristianos y seguidores de Cristo se susciten desde la conversión de corazón para poder clamar al cielo: Padre que todos seamos Uno… de esta manera la transformación social y eclesial no se hará esperar.

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