En
cada hombre existe la exigencia de recibir y de dar; en el diálogo la persona
hace experiencia de sus limitaciones y de la capacidad de
superarlas. Todo acto de habla y el mismo silencio expresan el significado de
lo impensado que se hace realidad. Comunicar es la manifestación y la capacidad
de salir de si para expresar al otro y al mundo lo que es comprensible como
manifestación de un don de orden
superior.
Es
así que Dios se comunica al mundo y genera un diálogo de amor, entre el amado y
quien ama, entre el que dona y el que recibe, el que posee la gracia y el que
ha heredado el pecado. Se presenta de nuevo la realidad envolvente de quien
llama y quien debería responder.
En
el diálogo ecuménico se pueden dar diversas posturas haciendo que este camino
no fácil se torne lleno de obstáculos o al contrario lleno de momentos de
crecimiento. Una primera instancia es la
visión de algunos sectores del mundo que piensa que ninguna religión es
verdadera o que todas son falsas; sin embargo ningún razonamiento podrá
rechazar las respuestas que las diversas religiones dan a los enigmas de la
condición humana, que pretenden dar respuesta y sentido a los interrogantes más
recónditos que ayer como hoy conmueven el corazón de los hombres.
En
este sentido se genera un diálogo entre las diversas confesiones para denotar
que son verdaderas a la medida que dan respuesta a los grandes enigmas del ser
humano, todas estas respuestas se entrecruzan y se fecundan tendiendo hacia una
meta: hacer que el hombre encuentre el sentido de su existir, logre su plena
humanización, alcance el sentido de lo eterno, el sentido de Dios.
Hoy
se ha superado la postura absoluta que afirmaba que sólo una religión es
verdadera y todas las demás son falsas; esto queda abolido en el contexto de
que somos hijos de un mismo Padre y hermanos en Cristo que anunció a todos su
Buena Noticia de Salvación. Lo anterior llama al discernimiento para poder
comprender lo que otros llamarían el
pensamiento relativista, al pensar que toda religión es verdadera, para llegar
a la sostener difícilmente que todas son
verdaderas.
Una
postura interesante se puede encontrar en el ecumenismo cuando se pueda llegar
a pensar que una manifestación de fe pueda incluir a
las demás, reconociendo por lo cual que
cada credo religioso es un plano distinto de una única verdad. Lo que aparenta
tolerancia en realidad es un juicio de inferioridad sobre las demás
experiencias religiosas que desde Cristo son superadas.
Algo
central y que no genera discusión en el movimiento ecuménico se puede llegar a
proyectar una postura de respeto por la cual el cristianismo no se siente dueño
de la verdad, pero tampoco renuncia a confesar la Verdad que le fue revelada.
El diálogo y el testimonio no se excluyen mutuamente, al contrario se acompañan
y motivan dentro de la gesta dialógica de la fe.
Todo
diálogo entre los cristianos (ecumenismo) y con lo no cristianos
(interreligioso) está y estará fundamentado en la afirmación central de que
Jesús es el Señor definitivo. Mantener esta convicción (sin miedos no intereses
defensivos, sino por buenas razones) no será la negación de lo que hay de
semilla de verdad y que el tiempo lo ha sustentado, es tarea concreta de
extender la mano al mundo en nombre de Jesús de Nazaret el hombre de toda la
historia.
Sin
embargo, desde el punto de vista cristiano fiel al Nuevo Testamento, existe la
religión verdadera: el Cristianismo (Catolicismo), manifestación última y
definitiva de Dios en Jesucristo. Esta presencia de Dios en el Catolicismo no
excluye la verdad en otras denominaciones cristianas, en cuanto no contradigan
el mensaje Cristo, antes bien se admira y valora todos los esfuerzos y
prácticas de la fe que surgen en torno a la experiencia de vida cristiana.
Al
mismo tiempo, gracias al diálogo, los
cristianos se hacen así mismo preguntas que le permiten crecer desde las
diversas manifestaciones y expresiones de fe y se ponen en plenitud de la revelación de Dios
presentada desde la Escritura, permitiendo de gran manera
conocer y de vivir los sacramentos de unidad cristiana que requieren de
la purificación y profundización en el mensaje de
salvación.
Es
por esto que siempre será necesario trabajar por la búsqueda de la unidad de
los cristianos, realidad que se fecunda desde la misma organización en la
Iglesia como Madre y Maestra preparando su seno para la acogida en espíritu de
unidad a todos los cristianos del mundo; se requiere entonces una asidua y
permanente preparación para ejercer un auténtico trabajo ecuménico que extienda
los lazos de fraternidad como caminos
que puedan ser transitados con seguridad y ausencia de engaños o miedos sin
sentido.
Tendremos
que llegar en algún momento de madurez
por el recorrido histórico a tener una perfecta comunión de vida y de actividad
espiritual entre los bautizados que dinamice la tarea evangelizadora de dar
razón de la fe desde la mente, el corazón y las mismas acciones en espíritu de
coherencia, esto preparará de igual manera para la colaboración ecuménica que
surge y surgirá del diálogo y el testimonio común.
Haciendo
propias las palabras de Gaudium et Spes 40, tendría que decir: “el fin último de la misión
no es el de introducir la humanidad en un grupo de creyentes, sino el de
introducir en el Reino definitivo tanto a sus miembros como a los demás hombres”. Desde aquí comprendo el
sentido ecuménico el compartir generoso de la Verdad que ha sido confiada y
debe ser anunciada y presentada como siempre nueva, incluso para quienes han
estado cerca a Cristo y con mayor razón a las demás denominaciones cristianas
con las cuales se puede llegar a dar un acercamiento de vida desde los mismos
intereses de compartir el legado de Cristo en su Palabra.
La
Iglesia como Maestra siempre dispuesta a enseñar, corregir y orientar está
presta a los signos de los tiempos para discernir lo que más convenga en
intención del Reino para todos los hombres que han acogido y guardado el
mensaje de Dios por medio de su Hijo Jesucristo en su corazón y esperan la
salvación.
Cristo
vendrá al final (en la plenitud) de los tiempos para contemplar la obra del
Padre y reunir en la comunidad trinitaria a toda la familia humana. Por eso
Cristo es la plenitud y el cumplimiento mismo de sus promesas para brindarle
al hombre la felicidad eterna de su
gloria creada desde un principio donde todos estaremos como verdaderos
hermanos.